Espíritu
gozoso
Yo había oído hablar de espíritus
burlones y chocarreros, pero no de otro tipo, yo diría que me ha tocado uno…
gozoso. Sí, ésta es la palabra. No es que se me aparezca y lo vea, pero sí lo
percibo, lo siento. La primera vez que “se presentó” —no puedo decir que se
apareció, porque no lo he visto— estaba yo en la bodega. Claro, es un lugar
propicio, pues está llena de trebejos y cosas viejas. Estaba yo buscando un
pedazo de cable, de esos que guarda uno —bueno, yo— constantemente, y que
cuando se necesitan, desaparecen. Ya ahora estoy pensando si con ello no tiene
que ver este espíritu, que a lo mejor en ocasiones sí es chocarrero, es decir,
de los que acostumbran burlarse de las personas.
El caso es que estaba yo en mi afán de búsqueda, pero al fin me di por
vencida, pues donde según yo podían estar los trozos de cable, había trozos de
tubo; y donde pensaba que estarían los trozos de tubo, estaban los pedazos de
azulejo; y donde creía que había ordenado con todo cuidado esos pedazos,
estaban unos trapos viejos. Después de ver ese triquerío me di cuenta de la
cantidad de cosas que se van acumulando con el tiempo.
Volviendo al asunto del dichoso espíritu, resulta que luego de no
encontrar nada, puse las bolsas y cajas en su sitio, no sin antes prometerme
recordar qué había en cada una y el lugar donde las dejaba. Eso me estaba
diciendo, cuando me di la vuelta para ir hacia la casa y de pronto, algo se
interpuso en mi camino; me asusté, por supuesto, porque no veía nada, pero sí
sentía la presencia de alguien, que incluso por algunos instantes bloqueó la
luz que entraba por la puerta junto con un viento extraño. Obviamente, me quedé
paralizada. Lo más impresionante y que casi no puedo ni mencionar por el
impacto que en mí causó, fue que sentí cómo me tomó en sus brazos y me besó con
fuerza en la boca; cómo su lengua entró en mi boca y rebuscó por todos los
rincones yo no sé qué, que seguramente se le había perdido y pensaba que yo lo
tenía allí dentro. Además, lo que imagino que fueron sus brazos, me apretaron
con fuerza por la cintura e intentó meter su mano en, digamos, mi espalda baja,
para no resultar soez ni vulgar. Eso duró unos segundos, instantes, qué sé yo.
Y de pronto… ¡nada! Lo que vi frente a mí, en el umbral eran los dos gatos y la
perra, sentados en fila mirándome con curiosidad, ladeando la cabeza hacia uno
y otro lado. Y nada más. Yo salí de ahí como si nada, tratando de disimular no
sé ante quién y no sé qué, porque en realidad, ¿qué podía decir que había
pasado? Nada, si no había nada y ni siquiera los animales, que, dicen, tienen
unos sentidos más agudos que los humanos, hicieron ruido alguno aunque estaban
tan cerca. Así fue la primera vez.
Otro día, estaba yo fregando los trastos
de la comida, de no muy buen humor, para qué voy a mentir, pero sí con afán de
terminar pronto y dejar ordenada la cocina. El asunto es que de repente, siento
como un viento en la nunca. Me quiero dar la vuelta para ver qué o quién es, y
siento unos brazos que se deslizan por mi cintura y me estrechan contra un
cuerpo que siento pegado completamente al mío, pero que no puedo palpar con mis
manos. Esto ya fue el acabóse, porque ahí sí que no sabía yo ni qué pensar.
Claro, lo primero fue el recuerdo de la bodega, que por cierto hacía varios
meses que había dejado en el olvido, pero en ese momento era como si acabara de
suceder. Yo creo que era esa misma presencia y por eso digo yo que es un
espíritu gozoso, porque qué casualidad que nada más tiene esas inquietudes
carnales. Igual que la vez anterior, fueron unos instantes, no puedo decir
cuánto tiempo, y cuando al fin me pude dar la vuelta, ahí estaban otra vez los
gatos y la perra, sentados, mirándome con extrañeza, hasta como con una
sonrisilla, ladeando la cabeza como si no sé qué hubieran visto. Yo nada más
les grité: “¡Qué!” Y seguí con mis labores, tratando de disimular ante ellos mi
arrobamiento, pues de piedra no soy.
Yo no le había dicho nada a nadie, porque no es tan sencillo que le
crean a uno estas cosas, pero ayer sí ya fue el colmo y de alguna manera tengo
que desahogarme. Porque no ha sido un hecho detrás de otro, no señor, han
pasado meses suficientes entre uno y otro como para que yo ya no esté
prevenida. No es fácil enfrentar estas situaciones, más siendo uno mujer de
edad madura.
Anoche cuando llegué, lo único que
quería era merendar tranquilamente, ponerme mi piyama y dormir a pierna suelta,
de tan cansada que estaba. Desperté en la madrugada para ir al baño, serían las
dos de la mañana, y lo primero con lo que
me topo fue con los tres animales, formaditos, sentados esperando no sé qué ¡a
esas horas! Me altero nada más de recordarlo. Ya algo barrunté, pero
no quise prejuiciarme. Eso sí, fui al baño con miedillo, aunque no pasó nada.
Regresé a mi cama más tranquila. Y los animales ahí, como quien dice, en
primera fila. Luego supe por qué; y ese viento otra vez…
No hay comentarios:
Publicar un comentario